Si seguís Motoadictos, sabréis que estoy poniendo al día una Yamaha YZF 750 del año 1993. La moto estaba en un estado deplorable; cuando esté en orden de marcha, os diré todo lo que se le ha hecho. Que no es poco.
Pero hoy me quiero centrar en el apartado suspensiones. Y en concreto en el tren posterior. El amortiguador estaba totalmente muerto, deshecho. Sólo funcionaba el muelle.
A pesar de saber que la industria auxiliar ofrece unos magníficos productos, preferí la opción «reparar-revisar» por dos motivos:
El principal es que soy perfectamente consciente que en mi caso me sobra con el de serie porque con uno repleto de ajustes me voy a perder en un un océano de regulaciones. A mi no me hace falta más para ir por carretera. Y creo que al resto de usuarios de calle que caen en el topicazo de la marca sueca, tampoco. Pero allá cada cual con su dinero. Hablando de dinero, ese es el segundo motivo, el económico.
Gracias a Paco Mariner, amigo de la Federación Valenciana de Motociclismo, me puso en contacto con una empresa que me dijo que no había secretos para ese amortiguador.
Viendo el estado del mismo, cualquiera diría que no había secretos…
No había ningún rastro de fluidos tanto líquidos como gaseosos. El tope de goma desaparecido, lleno de grasa, retenes hechos polvo…
Pero se desmontó completamente y se fue cambiando/revisando pieza por pieza.
El resultado tras una semana de trabajo y pruebas es un amortiguador (el específico diseñado por la fábrica en su día) nuevo en la moto. No ha hecho falta que me complique con la compra de segunda mano de una unidad que desconozco su estado. Tampoco ha hecho falta una gran inversión en un modelo nuevo para una moto con tantos años. Y encima, lo mejor, le hemos dado un revés a la obsolescencia y un abrazo al reciclaje.
Ahora sólo falta montar todo lo que falta de la YZF y salir a probarlo.